Eti conoce de primera mano el aterrador impacto de la fiebre del dengue. El hijo de Eti contrajo la fiebre del dengue cuando tenía 14 años y estuvo muy enfermo.
En ese momento, Eti estaba aterrorizada porque sabía que algunos niños y adultos de la zona habían muerto por la fiebre del dengue. Ella lo llevó rápidamente al hospital y los médicos le dijeron que, si su recuento de trombocitos (plaquetas) continuaba bajando, entonces tenía la fiebre del dengue. Estuvo extremadamente enfermo durante dos semanas.
Justo por ese entonces, el personal de World Mosquito Program tocó la puerta de Eti para preguntarle si podría alojar un contenedor de liberación de mosquitos. Ella estuvo tan feliz de ayudar a proteger a su familia y otras madres y niños del dengue que ofreció a alojar no solo uno, sino dos contenedores.
“Dijeron que si estos mosquitos con Wolbachia se apareaban con los Aedes aegypti locales, el dengue se podría neutralizar. Una vez que los mosquitos eclosionen, podrían picarnos, pero no contraeríamos el dengue”, dijo Eti. “Quise apoyar el programa porque sería bueno para la comunidad; muchas personas contraían fiebre del dengue en la temporada de lluvias, pero no ha habido casos de dengue desde entonces”.
Al principio parecía que estaban criando mosquitos, y es cierto que, después de que los mosquitos con Wolbachia eclosionaron, había muchos mosquitos en el ambiente.
Pero hubo mucha participación comunitaria debido a World Mosquito Program, e información que distribuían los funcionarios de la villa y los líderes de la comunidad, y en reuniones como las del Posyandu (Servicio Integral de Salud) para niños y ancianos.
Cuando las personas vieron que no había nuevos casos de dengue, se alegraron de ayudar.
Cuando el hijo de Eti estuvo enfermo, ella tenía miedo porque el dengue puede ser mortal. No mucho antes de eso, Eti se había enterado de siete casos de fiebre del dengue a nivel local, siendo el más cercano su vecino al otro lado de la calle, y de la muerte de algunas personas. Afortunadamente, tres años después, el hijo de Eti está feliz, saludable y ama la escuela.
“Es algo pequeño, compartir un poco de espacio con los baldes”.
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